¿Por qué fracasan tantas empresas en Colombia?

Fernando Basto C.

En Colombia, miles de emprendedores inician negocios con ilusión, esfuerzo y creatividad, pero pocos logran sobrevivir más allá de los primeros años. Según Confecámaras, el 57% de las empresas formales cierran antes de cumplir cinco años. Y si se incluyen las informales, el panorama es aún más desolador.

Las razones suelen explicarse en términos de falta de planeación, problemas financieros o escasa experiencia. Pero existe una causa estructural mucho más profunda y silenciosa: el entorno hostil que enfrentan quienes deciden emprender en este país.

Iniciar un negocio en Colombia no solo requiere una buena idea, sino también una enorme capacidad para sortear la maraña de trámites, normativas y tributos que impone el Estado. Desde la obligación de facturar electrónicamente con ingresos modestos, hasta la necesidad de cumplir con múltiples permisos y licencias locales, muchos emprendimientos se ven obligados a gastar tiempo y dinero antes siquiera de empezar a vender.

Además, el sistema tributario termina castigando al pequeño emprendedor. Impuestos como el IVA, retenciones en la fuente, Industria y Comercio y parafiscales se suman, generando una carga que, en muchos casos, supera la capacidad operativa del negocio. Y si se comete un error menor en algún formulario, las sanciones automáticas no distinguen entre un gran evasor y quien apenas está empezando.

A esto se suman regulaciones técnicas que, aunque pensadas para proteger al consumidor, terminan convirtiéndose en una barrera de entrada para quien quiere producir desde lo artesanal o lo local. Obtener un registro sanitario, por ejemplo, puede tomar meses y costar más de lo que el negocio genera en su primer año.

Mientras tanto, en otros países donde se ha optado por eliminar barreras innecesarias y simplificar el marco regulatorio, el emprendimiento florece. Allí, los emprendedores tienen más libertad para innovar, adaptarse al mercado, asumir riesgos y crecer con agilidad. No dependen del Estado, pero tampoco son obstaculizados por él.

Esa autonomía obliga a asumir responsabilidad, pero también fomenta la disciplina, la eficiencia y la calidad. Y aunque la competencia es más fuerte y no existen garantías artificiales, los modelos de negocio que prosperan en ese entorno son mucho más sólidos y sostenibles.

En Colombia necesitamos avanzar hacia un modelo donde se reduzcan las cargas innecesarias, se simplifiquen los trámites y se establezcan impuestos proporcionales que no frenen a quien apenas comienza. Si queremos que el emprendimiento sea motor de desarrollo, no podemos seguir tratándolo como un privilegio sujeto a castigo fiscal.

La libertad para emprender no debe ser una excepción, sino una regla. Una regla que beneficie a todos, desde el pequeño comerciante hasta el innovador digital, permitiendo que prosperen no por subsidios ni favores, sino por su propio mérito.